Él estaba allí, sentado en la esquina inferior izquierda de la cama con los codos sobre sus rodillas, sosteniendo su cabeza cabizbaja. Movía sus lentes de arriba a abajo con impaciencia y frustración. Yo, por el contrario, me encontraba del otro lado, en otra cama, con las piernas cruzadas con rebeldía, fingiendo que nada de esta situación me dolía, soltando las primeras palabras crueles que llegaban a mi mente.
-Entonces es eso, ¿Es todo lo que tienes para decir? ¿Que ya no te importa nada?-Preguntó él, su voz un poco rota, pero tratando con todas sus fuerzas de no demostrar ni una pizca de subordinación-No puedo creerlo Ann, no me puedes estar hablando en serio.
Ni siquiera pude sostenerle la mirada sin que se anegaran mis ojos con lágrimas.
Miré fijamente la pared detrás de él, sintiendo aquellas palabras de disculpa atascarse en mi garganta. Todo lo bueno, lo maravilloso que él representaba para mí no podía salir en un momento tan serio como este; por el contrario, seguía soltando palabras venenosas de mis labios. Lo hería, una y otra vez, y aunque estaba consciente de la gravedad de mis puñaladas, no me detenía. ¿Por que demonios ocurre esto? ¿Qué había de malo en mí que no podía decir lo que verdaderamente estaba sintiendo? ¿Por qué no puedo detenerme?
-Ann, dime algo. ¡Deja de quedarte en silencio luego de decirme esa cantidad de cosas, por el amor a cristo!-gritó, esta vez sus lágrimas asomándose a sus ojos.-Deja de alejarte de mí-susurró al final.
No pude evitarlo, rompí en llanto. La presión que sentía en mi garganta se aflojó con las lágrimas, pero cada vez sentía cuán profundo me hundían aquellas palabras que no lograba sacar a la luz.
Él tomó mi mano, tirando de mí, hasta colocarme sobre su pecho, acostados en la cama. Me abrazó con fuerza y besó mi frente una y otra vez, apretándome hasta que sentí que mis huesos iban a romperme. Pero era gratificante y satisfactorio sentir esa presión.
-Eres una tonta, ¡una completa tonta! A veces te odio de una manera...-dijo, mientras me daba más besos en la frente.
-No puedo hablar, no puedo, no puedo...-sollocé-No me salen las palabras prin, no entiendo qué pasa conmigo...
Él me arrulló unos segundos largos, luego dijo:
-Ya, ya... ¿Puedes decírmelo sobre mi pecho? ¿Puedes hablar así?
La calidez de sus brazos intentaban con todas sus fuerzas abrir mi garganta y sacar las palabras con amor. Pero ellas seguían allí, escondiéndose en lo más profundo, tratando de hundirme cada vez más, con ellas...

