Todavía conservo nuestras conversaciones. Todas ellas, desde el día en el que nos dijimos todo, hasta el día en que todo acabó. No sabría decir cuantas veces las he releído, buscando en ellas algún indicio del porqué todo acabó de la forma en que lo hizo.
En que lo hiciste.
Por varias noches estuve esperando a que aparecieras. Me mantuve minuto tras minuto actualizando la pantalla de mi teléfono, esperando que el "en línea" se transformara en un "escribiendo". Pero nunca pasó. No aún cuando lo deseaba desesperadamente.
Al comienzo de todo me culpé a mí misma. Me dije que algo tuve que haber hecho para que las cosas terminaran así. Estuve a punto de escribirte en indistintas ocasiones, desechando la idea en el último instante, luego de escribir todo lo que tenía para decir. La primera vez intenté escribirte como siempre. Incluso, te iba a pedir opinión sobre un poema cursi que había encontrado en internet. Pero tuve la idea de que, si estabas enojado por alguna otra cosa ajena a mí, me responderías de manera indiferente y eso me molestaría, y me lastimaría. La segunda vez, escribí directamente la pregunta: "¿Me puedes explicar qué carajos es lo que te pasa?" Pero bien, también la deseché. Lo menos que necesitaba en ese momento era una discusión. La tercera vez, fue después de tener una pesadilla. Recordé que una vez me dijiste que podría escribirte a cualquier hora, si me despertaba mal, porque estarías allí. En su momento lo cumpliste, y por tal razón, te escribí un relato contándote lo que soñé, lo que sentí, y cómo desperté. Pero claro, luego lo borré.
Por días y noches te esperé, mi Verano, para que llenaras de calor mis venas frías afectadas por Invierno. Pero desapareciste, y en tu ausencia pude apreciar la belleza de aquella fría estación. No hablaré de Invierno ahora. No corresponde en esta carta.
Te desapareciste de mi vida, sin dejar rastro o explicación, sin una fría despedida, con todo lo que sentía dentro de tu puño, siendo arrugado y estrujado hasta que finalmente, lo soltaste hecho un desastre. Me volviste un desastre.
En estas últimas semanas me he remendado el corazón, le he cosido las heridas, y ya se siente listo para esos débiles intentos de escribirte. ¿Masoquista? Siempre lo ha sido.
Y mientras existas, Verano mío, siempre lo será.
